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El Principito y William Herschel

En uno de mis viajes por el país, para dar alguna charla o taller, donde conozco siempre nuevos amigos que comparten mi pasión por la astronomía y maravillosas historias para atesorar, visité la ciudad de Concordia, en Entre Ríos. Allí, dos amigos entrañables, Cacho y Yeya, me llevaron a las ruinas del Castillo San Carlos. Era una construcción maravillosa, me gustó perderme en lo que fueran sus caballerizas y ascender por una hoy desprolija escalera hacia el mirador. Ese hermoso balcón que miraba hacia el Este me daba toda la paz que necesitaba para soñar. Rodeado de verde, mucho verde, muchos verdes distintos en aquel parque de cien hectáreas como en los árboles que crecieron entre los muros de aquel castillo incendiado en el ´38 o en las enredaderas que se abren paso por cada fisura de la mansión.
 
El castillo tuvo muchos dueños, pero unos de ellos fueron los Fuchs, una familia integrada por el matrimonio y tres hijos. Mario, el hijo mayor, ayudaba a su padre con los trabajos del campo mientras sus hermanas jugaban por los jardines, cuidaban las rosas que allí habían cultivado y tenían un zorro por mascota. Un día, vieron una avioneta que aterrizó en sus terrenos. Al aterrizar, una de las ruedas del avión se rompió al hundirse en una cueva de vizcacha y las niñas, sin suponer el desenlace y ya estando cerca del piloto se burlaron de él… en francés.
 
El piloto entendía perfectamente el francés, él era francés y probablemente alguno de Ustedes lo conozca. Se llamaba Antoine de Saint Exupery. Estaba contratado por la Aeroposta francesa para delinear una ruta que uniera Buenos Aires y Asunción y encontró en los terrenos de los Fuchs un lugar donde descansar un poco, en medio del viaje.
 
Los días siguientes, mientras reparaban su avioneta, Antoine se quedó en el castillo. Aprendió de las "princesitas argentinas", como él las llamaba, a descubrir un mundo nuevo, lleno de valores y sabiduría, quizás también haya aprendido a cuidar una rosa y hasta lo haya domesticado el zorro, ese que habitaba la casona y para quien los pasos de las niñas eran diferentes a los pasos de cualquier otro ser humano.
 
En este viaje me inspiré para imaginarme un Principito diferente, visitando un personaje más de los que siempre visitó y de quienes nos quedaron tantas enseñanzas, esta vez, es un astrónomo de verdad… quizás lo conozcan:
 
El Principito visitaba los parques del Rey Jorge III de Inglaterra, cuando se encontró con un hombre tocando el oboe, la música era maravillosa y parecía decorar todo el lugar con su armonía.
- ¡Que linda música! Le dijo el Principito al acercarse.
- ¡Gracias!
- ¿Vos la compusiste?
- Sí, soy músico, como mi padre.
- ¿Y siempre tocas música que has creado vos?
- A veces, a veces también es bueno maravillarse con las obras de arte que existen por allí, agradecer a sus creadores o simplemente, sorprenderse con su existencia.
El Principito se dio cuenta que el hombre no sólo se refería a la música, y decidió investigar.
- ¿Te dedicas a alguna otra cosa? ¿Además de la música?
- Soy astrónomo.
- ¡Qué bueno! ¿Ese telescopio es tuyo?
El telescopio que se veía en el fondo del paisaje era enorme. Un tubo de 1,2 metros de diámetro que salía de una pequeña casa montada sobre una especie de "calesita". El tubo estaba sostenido por poleas en una armazón de madera, que lo levantaba y bajaba según tironeaban varios amigos del astrónomo. La "calesita" también se movía empujada por los ayudantes del observador.
- Sí, ya sé que me vas a decir, que es muy complicado de usar, es verdad, por eso estoy construyendo otros más pequeños, siempre estoy construyendo alguno.
- ¿Lo hiciste vos?
- Sí, claro. ¡Es el telescopio más grande conocido! El 28 de agosto pasado (de 1789) lo apunté por primera vez al cielo, y a los pocos minutos ya descubrí una luna girando alrededor de Saturno.
- ¡Eso es maravilloso! ¡Descubriste una luna!
- Ya descubrí otras, además, también descubrí un planeta… hace ocho años.
En ese momento el Principito recordó haber escuchado hablar de ese astrónomo. Se trataba de uno de los mejores observadores de todos los tiempos, el descubridor de Urano, William Herschel.
- ¿Vos descubriste Urano? Preguntó el Principito, sólo para confirmar.
- ¿Urano? ¿Vos también con ese nombre? Al planeta que descubrí lo llamé Jorge, y ese es el nombre por el cual se lo reconoce.
El Principito se largó a reír. ¡Pero con muchas ganas! Reía sin parar. Es cierto, tenía un poco de miedo que William se enojara con él pero no podía evitarlo. ¡Jorge no es nombre para un planeta!
- ¡Jorge no es nombre para un planeta!
- Bode piensa lo mismo, pero a mí no me importa.
- ¿Por qué lo querés llamar Jorge?
- Jorge es en honor a Jorge III, el rey para quien sirvo, quien ha colaborado con mis investigaciones y por tanto, con el desarrollo del conocimiento.
- Eso está muy bien, es bueno agradecer a la gente que te ayuda.
- Pero Bode cree que debe llamarse Urano, pues luego de Marte está Júpiter, el dios más importante para los romanos, en el cielo, su padre. Y luego de Júpiter está su padre: Saturno, el dios del tiempo y luego de este debería estar Urano, padre de Saturno, el dios del cielo estrellado. ¡El Universo no es un árbol genealógico! En realidad es un jardín, donde encontramos la vida desparramada en todas sus formas.
Más allá de la discusión del planeta y su nombre, esto último que había dicho aquel hombre, retumbó en la mente del Principito. Sonaba muy interesante.
- ¿Cómo es eso que el Universo es como un Jardín?
- Como un Jardín, mi pequeño amigo, como un jardín. Allá arriba, encontramos nubes nacientes, en su etapa de germinación, otras, en cambio, ya están floreciendo, como las rosas que aquí cuidamos cada día mi hermana y yo. Hay nebulosas provistas de una especie de follaje y muchas otras que fecundan el cosmos con sus elementos. Desde luego, como todo tiene su ciclo en la naturaleza, y los cielos son parte de este todo, mi telescopio me ha revelado nubes marchitándose y otras, irremediablemente sumidas en la corrupción de su final.
El Principito se entusiasmó con la descripción de tantas cosas que había visto este astrónomo.
- Muchas de estas nubes… ¿las descubriste?
- ¡Claro que sí! ¡Es muy fácil!
- ¿Muy fácil?
- Muy fácil mi pequeño amiguito, mirá, yo leí los trabajos de Charles Messier, quien vió un poco más de cien nubes de estas en el cielo, y con mis telescopios, me dispuse a buscar otras que a él se le hubieran escapado.
- ¿Y cuántas encontraste?
- 2500 más, hasta ahora… sigo buscando… siempre aparecen. Son como islas en el Universo, conjuntos de estrellas y polvo separados unos de otros por una inmensidad, en un Universo enorme, como yo creo, en forma de caja.
- ¿El universo tiene forma de caja?
- Sí
- ¿Y qué hay adentro de la caja?
- ¡Todo! Estas nebulosas, dentro de estas nebulosas, una enorme cantidad de estrellas, y alrededor de muchas de esas estrellas planetas, con vida, seguramente, buscando, observando el cielo, con la misma curiosidad que tu y yo lo hacemos pequeño amiguito.
Las cajas del Principito hasta eso momento tenían ovejas, pero no estrellas, las cajas de William eran mucho más interesantes, pensó.
- Me gustó conocerte William
- A mi también pequeño amiguito. Quiero contarte algo antes que te vayas. Se trata de un nuevo descubrimiento que acabo de hacer. Te lo diré de una forma sencilla. Hay muchas cosas más de lo que ven nuestros ojos, sólo hay que saber mirar.
- ¡Me gusta! Yo creo que lo esencial es invisible a los ojos.
- Hay mucho más de lo que ven nuestros ojos, más allá de los colores con que se pinta todo nuestro mundo, hay más, invisible, pero que da calor, algo más allá del color rojo del arcoíris, por eso lo llame: infrarrojo.
El Principito creyó que este era, más allá de todos los otros, el mayor descubrimiento de este astrónomo. El Universo no sólo se podía ver, también sentir, quizás, pensó, también pueda escucharse.
- Muchas gracias por haberme enseñado tanto William, tengo que seguir mi viaje.
- Yo también debo viajar.
- Voy a conocer gente, me gusta conocer gente porque aprendo un poquito de cada una de ellas.
- Yo haré lo mismo amiguito, debo viajar a Francia, a Paris, quiero charlar con Laplace y con Messier, a este último le encantarán todas las nebulosas que sumé a su catálogo. Claro está, tendremos que aguantar a un hombre que poco sabe de ciencia, pero es muy influyente… ¿Conoces a Napoleón?
El Principito no conocía a Napoleón. Tal vez, en alguno de sus viajes, se encontrara con él, pero ya estaba contento con haber conocido a William Herschel, siempre es bueno aprender a ver más allá de lo que conocemos y este hombre, parecía encontrar límites tan lejos como ningún otro.
 
 
Autor: Sebastián Musso -- email: sebastian_musso@yahoo.com.ar
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